martes, 25 de mayo de 2010

UNIDADES DIALECTICAS

FORMA Y CONTENIDO DE LAS ESTRUCTURAS
ESPACIALES EN VENEZUELA

UNIDADES DIALECTICAS
Contribuyen a estudiar la realidad y comprenderla

ESTRUCTURA - SISTEMA

SINGULAR – PLURAL

HOMBRE – NATURALEZA

INTERNALIDAD – EXTERNALIDAD

LO SIMPLE – LO COMPLEJO

OBJETIVO – SUBJETIVO

PENSAMIENTO – OBJETO

APARIENCIA – ESENCIA

CIUDAD – CAMPO

CUANTITATIVO – CUALITATIVO

CONTINUIDAD – DISCONTINUIDAD

ESPACIO – TIEMPO

FORMA Y CONTENIDO

UNIDAD – DIVERSIDAD

TOTALIDAD – PARTICULARIDAD

CAPITAL – TRABAJO

DIACRONICO – SINCRÓNICO

CENTRO – PERIFERIA

NECESIDAD – CAUSALIDAD

FENOMENO – ESENCIA

TEORIA – PRAXIS

MOVIMIENTO – EQUILIBRIO

HETEROGENEO – HOMOGENEO

LO CONCRETO – LO ABSTRACTO

HISTORIA – LOGICA

TIPICO – ATIPICO

CAUSA – EFECTO

POSIBILIDAD – REALIDAD

RIQUEZA - POBREZA

SUJETO – OBJETO

RELATIVO – ABSOLUTO

RURAL – URBANO

SOCIEDAD DE MASAS – SOCIEDAD DE CLASES

PASADO – PRESENTE – FUTURO

DEDUCCION – INDUCCION

martes, 18 de mayo de 2010

IMPORTANCIA DEL ACTO DE LEER

LA IMPORTANCIA DEL ACTO DE LEER

Por Paulo Freire

Rara ha sido la vez, a lo largo de tantos años de práctica pedagógica, y por lo tanto política, en que me he permitido la tarea de abrir, de inaugurar o de clausurar encuentros o congresos.
Acepté hacerlo ahora, pero de la manera menos formal posible. Acepté venir aquí para hablar un poco de la importancia del acto de leer.
Me parece indispensable, al tratar de hablar de esa importancia, decir algo del momento mismo en que me preparaba para estar aquí hoy; decir algo del proceso en que me inserté mientras iba escribiendo este texto que ahora leo, proceso que implicaba una comprensión crítica del acto de leer, que no se agota en la descodificación pura de la palabra escrita o del lenguaje escrito, sino que se anticipa y se prolonga en la inteligencia del mundo.
La lectura del mundo precede a la lectura de la palabra, de ahí que la posterior lectura de ésta no pueda prescindir de la continuidad de la lectura de aquél. Lenguaje y realidad se vinculan dinámicamente. La comprensión del texto a ser alcanzada por su lectura crítica implica la percepción de relaciones entre el texto y el contexto. Al intentar escribir sobre la importancia del acto de leer, me sentí llevado –y hasta con gusto– a “releer” momentos de mi práctica, guardados en la memoria, desde las experiencias más remotas de mi infancia, de mi adolescencia, de mi juventud, en que la importancia del acto de leer se vino constituyendo en mí.
Al ir escribiendo este texto, iba yo “tomando distancia” de los diferentes momentos en que el acto de leer se fue dando en mi experiencia existencial. Primero, la “lectura” del mundo, del pequeño mundo en que me movía; después la lectura de la palabra que no siempre, a lo largo de mi escolarización, fue la lectura de la “palabra-mundo”. La vuelta a la infancia distante, buscando la comprensión de mi acto de “leer” el mundo particular en que me movía –y hasta donde no me está traicionando la memoria– me es absolutamente significativa. En este esfuerzo al que me voy entregando, re-creo y re-vivo, en el texto que escribo, la experiencia en el momento en que aún no leía la palabra. Me veo entonces en la casa mediana en que nací en Recife, rodeada de árboles, algunos de ellos como si fueran gente, tal era la intimidad entre nosotros; a su sombra jugaba y en sus ramas más dóciles a mi altura me experimentaba en riesgos menores que me preparaban para riesgos y aventuras mayores.
La vieja casa, sus cuartos, su corredor, su sótano, su terraza el lugar de las flores de mi madre–, la amplia quinta donde se hallaba, todo eso fue mi primer mundo. En él gateé, balbuceé, me erguí, caminé, hablé. En verdad, aquel mundo especial se me daba como el mundo de mi actividad perceptiva, y por eso mismo como el mundo de mis primeras lecturas. Los “textos”, las “palabras”, las “letras” de aquel contexto –en cuya percepción me probaba, y cuanto más lo hacía, más aumentaba la capacidad de percibir– encarnaban una serie de cosas, de objetos, de señales, cuya comprensión yo iba aprendiendo en mi trato con ellos, en mis relaciones mis hermanos mayores y con mis padres.

Los “textos”, las “palabras”, las “letras” de aquel contexto se encarnaban en el canto de los pájaros: el del sanbaçu, el del olka-pro-caminho-quemvem, del bem-te-vi, el del sabiá; en la danza de las copas de los árboles sopladas por fuertes vientos que anunciaban tempestades, truenos, relámpagos; las aguas de la lluvia jugando a la geografía, inventando lagos, islas, ríos, arroyos. Los “textos”, las “palabras”, las “letras” de aquel contexto se encarnaban también en el silbo del viento, en las nubes del cielo, en sus colores, en sus movimientos; en el color del follaje, en la forma de las hojas, en el aroma de las hojas –de las rosas, de los jazmines–, en la densidad de los árboles, en la cáscara de las frutas. En la tonalidad diferente de colores de una misma fruta en distintos momentos: el verde del mango-espada hinchado, el amarillo verduzco del mismo mango madurando, las pintas negras del mango ya más que maduro. La relación entre esos colores, el desarrollo del fruto, su resistencia a nuestra manipulación y su sabor. Fue en esa época, posiblemente, que yo, haciendo y viendo hacer, aprendí la significación del acto de palpar.

De aquel contexto formaban parte además los animales: los gatos de la familia, su manera mañosa de enroscarse en nuestras piernas, su maullido de súplica o de rabia; Joli, el viejo perro negro de mi padre, su mal humor cada vez que uno de los gatos incautamente se aproximaba demasiado al lugar donde estaba comiendo y que era suyo; “estado de espíritu”, el de Joli en tales momentos, completamente diferente del de cuando casi deportivamente perseguía, acorralaba y mataba a uno de los zorros responsables de la desaparición de las gordas gallinas de mi abuela.
De aquel contexto –el del mi mundo inmediato– formaba parte, por otro lado, el universo del lenguaje de los mayores, expresando sus creencias, sus gustos, sus recelos, sus valores. Todo eso ligado a contextos más amplios que el del mi mundo inmediato y cuya existencia yo no podía ni siquiera sospechar.
En el esfuerzo por retomar la infancia distante, a que ya he hecho referencia, buscando la comprensión de mi acto de leer el mundo particular en que me movía, permítanme repetirlo, re-creo, re-vivo, la experiencia vivida en el momento en que todavía no leía la palabra. Y algo que me parece importante, en el contexto general de que vengo hablando, emerge ahora insinuando su presencia en el cuerpo general de estas reflexiones.
Me refiero a mi miedo de las almas en pena cuya presencia entre nosotros era permanente objeto de las conversaciones de los mayores, en el tiempo de mi infancia. Las almas en pena necesitaban de la oscuridad o la semioscuridad para aparecer, con las formas más diversas: gimiendo el dolor de sus culpas, lanzando carcajadas burlonas, pidiendo oraciones o indicando el escondite de ollas.
Con todo, posiblemente hasta mis siete años en el barrio de Recife en que nací iluminado por faroles que se perfilaban con cierta dignidad por las calles. Faroles elegantes que, al caer la noche, se “daban” a la vara mágica de quienes los encendían. Yo acostumbraba acompañar, desde el portón de mi casa, de lejos, la figura flaca del “farolero” de mi calle, que venía viniendo, andar cadencioso, vara iluminadora al hombro, de farol en farol, dando luz a la calle. Una luz precaria, más precaria que la que teníamos dentro de la casa. Una luz mucho más tomada por las sombras que iluminadora de ellas.
No había mejor clima para travesuras de las alma que aquél. Me acuerdo de las noches en que, envuelto en mi propio miedo, esperaba que el tiempo pasara, que la noche se fuera, que la madrugada semiclareada fuera llegando, trayendo con ella el canto de los pajarillos “amanecedores”. Mis temores nocturnos terminaron por aguzarme, en las mañanas abiertas,
la percepción de un sinnúmero de ruidos que se perdía en la claridad y en la algaraza de los días y resultaban misteriosamente subrayados en el silencio profundo de las noches.
Pero en la medida en que fui penetrando en la intimidad de mi mundo, en que lo percibía mejor y lo “entendía” en la lectura que de él iba haciendo, mis temores iban disminuyendo.
Pero, es importante decirlo, la “lectura” de mi mundo, que siempre fundamental para mí, no hizo de mí sino un niño anticipado en hombre, un racionalista de pantalón corto. La curiosidad del niño no se iba a distorsionar por el simple hecho de ser ejercida, en lo cual fui más ayudado que estorbado por mis padres. Y fue con ellos, precisamente, en cierto momento de esa rica experiencia de comprensión de mi mundo inmediato, sin que esa comprensión significara animadversión por lo que tenía encantadoramente misterioso, que comencé a ser introducido en la lectura de la palabra.
El desciframiento de la palabra fluía naturalmente de la “lectura” del mundo particular. No era algo que se estuviera dando supuesto a él. Fui alfabetizado en el suelo de la quinta de mi casa, a la sombra de los mangos, con palabras de mi mundo y no del mundo mayor de mis padres. El suelo mi pizarrón y las ramitas fueron mis tizas.
Es por eso por lo que, al llegar a la escuelita particular de Eunice Vasconcelos, cuya desaparición reciente me hirió y me dolió, y a quien rindo ahora un homenaje sentido, ya estaba alfabetizado. Eunice continúo y profundizó el trabajo de mis padres. Con ella, la lectura de la palabra, de la frase, de la oración, jamás significó una ruptura con la “lectura” del mundo. Con ella, la lectura de la palabra fue la lectura de la “palabra-mundo”.

Hace poco tiempo, con profundo emoción, visité la casa donde nací. Pisé el mismo suelo en que me erguí, anduve, corrí, hablé y aprendí a leer. El mismo mundo, el primer mundo que se dio a mi comprensión por la “lectura” que de él fui haciendo. Allí reecontré algunos de los árboles de mi infancia. Los reconocí sin dificultad. Casi abracé los gruesos troncos –aquellos jóvenes troncos de mi infancia. Entonces, una nostalgia que suelo llamar mansa o bien educada, saliendo del suelo, de los árboles, de la casa, me envolvió cuidadosamente. Dejé la casa contento, con la alegría de quien reencuentra personas queridas.

Continuando en ese esfuerzo de “releer” momentos fundamentales de experiencias de mi infancia, de mi adolescencia, de mi juventud, en que la comprensión crítica de la importancia del acto de leer se fue constituyendo en mí a través de su práctica, retomo el tiempo en que, como alumno del llamado curso secundario, me ejercité en la percepción crítica de los textos que leía en clase, con la colaboración, que hasta hoy recuerdo, de mi entonces profesor de lengua portuguesa.
No eran, sin embargo, aquellos momentos puros ejercicios de los que resultase un simple darnos cuenta de la existencia de una página escrita delante nosotros que debía ser cadenciada, mecánica y fastidiosamente “deletrada” en lugar de realmente leída. No eran aquellos momentos “lecciones de lectura” en el sentido tradicional esa expresión. Eran momentos en que los textos se ofrecían a nuestra búsqueda inquieta, incluyendo la del entonces joven profesor José Pessoa.
Algún tiempo después, como profesor también de portugués, en mis veinte años, viví intensamente la importancia del acto de leer y de escribir, en el fondo imposibles de dicotomizar, con alumnos de los primeros años del entonces llamado curso secundario. La conjugación, la sintaxis de concordancia, el problema de la contradicción, la enciclisis pronominal, yo no reducía nada de eso a tabletas de conocimientos que los estudiantes debían engullir. Todo eso, por el contrario, se proponía a la curiosidad de los alumnos de manera dinámica y viva, en el cuerpo mismo de textos, ya de autores que estudiábamos, ya de ellos mismos, como objetos a desvelar y no como algo parado cuyo perfil yo describiese. Los alumnos no tenían que memorizar mecánicamente la descripción del objeto, sino aprender su significación profunda. Sólo aprendiéndola serían capaces de saber, por eso, de memorizarla, de fijarla. La memorización mecánica de la descripción del objeto no se constituye en conocimiento del objeto. Por eso es que la lectura de un texto, tomado como pura descripción de un objeto y hecha en el sentido de memorizarla, ni es real lectura ni resulta de ella, por lo tanto, el conocimiento de que habla el texto.

Creo que mucho de nuestra insistencia, en cuanto profesores y profesoras, en que los estudiantes “lean”, en un semestre, un sinnúmero de capítulos de libros, reside en la comprensión errónea que a veces tenemos del acto de leer. En mis andanzas por el mundo, no fueron pocas las veces en que los jóvenes estudiantes me hablaron de su lucha con extensas bibliografías que eran
mucho más para ser “devoradas” que para ser leídas o estudiadas. Verdaderas “lecciones de lectura” en el sentido más tradicional de esta expresión, a que se hallaban sometidos en nombre de su formación científica y de las que debían rendir cuenta a través del famoso control de lectura. En algunas ocasiones llegué incluso a ver, en relaciones bibliográficas, indicaciones sobre las páginas de este o aquel capítulo de tal o cual libro que debían leer: “De la página 15 a la 37”.
La insistencia en la cantidad de lecturas sin el adentramiento debido en los textos a ser comprendidos, y no mecánicamente memorizados, revela una visión mágica de la palabra escrita. Visión que es urgente superar. La misma, aunque encarnada desde otro ángulo, que se encuentra, por ejemplo, en quien escribe, cuando identifica la posible calidad o falta de calidad de su trabajo con la cantidad páginas escritas. Sin embargo, uno de los documentos filosóficos más importantes que disponemos, las Tesis sobre Feuerbach de Marx, ocupan apenas dos páginas y media...
Parece importante, sin embargo, para evitar una comprensión errónea de lo que estoy afirmando, subrayar que mi crítica al hacer mágica la palabra no significa, de manera alguna, una posición poco responsable de mi parte con relación a la necesidad que tenemos educadores y educandos de leer, siempre y seriamente, de leer los clásicos en tal o cual campo del saber, de adentrarnos en los textos, de crear una disciplina intelectual, sin la cual es posible nuestra práctica en cuanto profesores o estudiantes.
Todavía dentro del momento bastante rico de mi experiencia como profesor de lengua portuguesa, recuerdo, tan vivamente como si fuese de ahora y no de un ayer ya remoto, las veces en que me demoraba en el análisis de un texto de Gilberto Freyre, de Lins do Rego, de Graciliano Ramos, de Jorge Amado. Textos que yo llevaba de mi casa y que iba leyendo con los estudiantes, subrayando aspectos de su sintaxis estrechamiento ligados, con el buen gusto de su lenguaje. A aquellos análisis añadía comentarios sobre las necesarias diferencias entre el portugués de Portugal y el portugués de Brasil.
Vengo tratando de dejar claro, en este trabajo en torno a la importancia del acto de leer –y no es demasiado repetirlo ahora–, que mi esfuerzo fundamental viene siendo el de explicar cómo, en mí, se ha venido destacando esa importancia. Es como si estuviera haciendo la “arqueología” de mi comprensión del complejo acto de leer, a lo largo de mi experiencia existencial. De ahí que haya hablado de momentos de mi infancia, de mi adolescencia, de los comienzos de mi juventud, y termine ahora reviendo, en rasgos generales, algunos de los aspectos centrales de la proposición que hice hace algunos años en el campo de la alfabetización de adultos.
Inicialmente me parece interesante reafirmar que siempre vi la alfabetización de adultos como un acto político y como un acto de conocimiento, y por eso mismo un acto creador. Para mí sería imposible de comprometerme en un trabajo de memorización mecánica de ba-be-bi-bo-bu, de la-le-li-lo-lu. De ahí que tampoco pudiera reducir la alfabetización a la pura enseñanza de la palabra, de las sílabas o de las letras. Enseñanza en cuyo proceso el alfabetizador iría “llenando” con sus palabras las cabezas supuestamente “vacías” de los alfabetizandos. Por el contrario, en cuanto acto de conocimiento y acto creador, el proceso de la alfabetización tiene, en el alfabetizando, su sujeto.
El hecho de que éste necesite de la ayuda del educador, como ocurre en cualquier acción pedagógica, no significa que la ayuda del educador deba anular su creatividad y su responsabilidad en la creación de su lenguaje escrito y en la lectura de su lenguaje. En realidad, tanto el alfabetizador como el alfabetizando, al tomar, por ejemplo, un objeto, como lo hago ahora con el que tengo entre los dedos, sienten el objeto, perciben el objeto sentido y son capaces de expresar verbalmente el objeto sentido y percibido. Como yo, el analfabeto es capaz de sentir la pluma, de percibir la pluma, de decir la pluma. Yo, sin embargo, soy capaz de no sólo sentir la pluma, sino además de escribir pluma y, en consecuencia, leer pluma. La alfabetización es la creación o el montaje de la expresión escrita de la expresión oral. Ese montaje no lo puede hacer el educador para los educandos, o sobre ellos. Ahí tiene él un momento de su tarea creadora.
Me parece innecesario extenderme más, aquí y ahora, sobre lo que he desarrollado, en diferentes momentos, a propósito de la complejidad de este proceso. A un punto, sin embargo, aludido varias veces en este texto, me gustaría volver, por la significación que tiene para la comprensión crítica del acto de leer y, por consiguiente, para la propuesta de alfabetización a que me he consagrado. Me refiero a que la lectura del mundo precede siempre a la lectura de la
palabra y la lectura de ésta implica la continuidad de la lectura de aquél. En la propuesta a que hacía referencia hace poco, este movimiento del mundo a la palabra y de la palabra al mundo está siempre presente. Movimiento en que la palabra dicha fluye del mundo mismo a través de la lectura que de él hacemos. De alguna manera, sin embargo, podemos ir más lejos y decir que la lectura de la palabra no es sólo precedida por la lectura del mundo sino por cierta forma de “escribirlo” o de “rescribirlo”, es decir de transformarlo a través de nuestra práctica consciente.
Este movimiento dinámico es uno de los aspectos centrales, para mí, del proceso de alfabetización. De ahí que siempre haya insistido en que las palabras con que organizar el programa de alfabetización debían provenir del universo vocabular de los grupos populares, expresando su verdadero lenguaje, sus anhelos, sus inquietudes, sus reivindicaciones, sus sueños. Debían venir cargadas de la significación de su experiencia existencial y no de la experiencia del educador. La investigación de lo que llamaba el universo vocabular nos daba así las palabras del Pueblo, grávidas de mundo. Nos llegaban a través de la lectura del mundo que hacían los grupos populares. Después volvían a ellos, insertas en lo que llamaba y llamo codificaciones, que son representaciones de la realidad.
La palabra ladrillo, por ejemplo, se insertaría en una representación pictórica, la de un grupo de albañiles, por ejemplo, construyendo una casa. Pero, antes de la devolución, en forma escrita, de la palabra oral de los grupos populares, a ellos, para el proceso de su aprehensión y no de su memorización mecánica, solíamos desafiar a los alfabetizandos con un conjunto de situaciones codificadas de cuya descodificación o “lectura” resultaba la percepción crítica de lo que es la cultura, por la comprensión de la práctica o del trabajo humano, transformador del mundo, En el fondo, ese conjunto de representaciones de situaciones concretas posibilitaba a los grupos populares una “lectura” de la “lectura” anterior del mundo, antes de la lectura de la palabra.
Esta “lectura” más crítica de la “lectura” anterior menos crítica del mundo permitía a los grupos populares, a veces en posición fatalista frente a las injusticias, una comprensión diferente de su indigencia. Es en este sentido que la lectura crítica de la realidad, dándose en un proceso de alfabetización o no, y asociada sobre todo a ciertas prácticas claramente políticas de movilización y de organización, puede constituirse en un instrumento para lo que Gramsci llamaría acción contrahegemónica.

Concluyendo estas reflexiones en torno a la importancia del acto de leer, que implica siempre percepción crítica, interpretación y “reescritura” de lo leído, quisiera decir que, después de vacilar un poco, resolví adoptar el procedimiento que he utilizado en el tratamiento del tema, en consonancia con mi forma de ser y con lo que puedo hacer.
Finalmente, quiero felicitar a quienes idearon y organizaron este congreso. Nunca, posiblemente, hemos necesitado tanto de encuentros como éste, como ahora.
12 de noviembre de 1981

En Freire, Paulo (1991), La importancia de leer y el proceso de liberación, México, Siglo
XXI Editores.

PERMUTACIONES GEOHISTORICAS CONTEMPORANEAS

PERMUTACIONES GEOHISTORICAS CONTEMPORANEAS

Ramón Tovar

El espacio geohistórico contemporáneo se desenvuelve en el seno de las contradicciones de una crisis que es reproducción de sus últimas permutaciones.

En términos retrospectivos, desde este fin de siglo a los inicios del XVI, es posible reconstruir, a escala mundial, tres grandes momentos. El que termina con la Primera Gran Guerra, caracterizado por conservar el centro político y cultural de Europa; el intermedio que se cierra con la última guerra (1945), donde el centro político europeo estuvo compartido por América del Norte que entra en competencia con el soviético (Moscú) y el asiático (Tokio); y el vigente o contemporáneo que ofrece una situación nueva; desconocida hasta el presente en la historia de occidente; la separación o divorcio aparente entre los centros políticos y los centros económicos de influjo mundial.

Sin ignorar las interrogantes que se plantean frente a la situación euroasiática, una realidad aparece como incontrovertible; dos centros de poder político (Washington y Moscú) a la par de dos centros de poder económico (la Comunidad Europea y el Japón).
Esta contradicción nos registra la acción de las últimas permutaciones que siguen a la post guerra, donde el acontecimiento político más significativo viene a ser el receso de la Guerra Fría.

Estas permutaciones configuran una nueva división geográfica internacional del trabajo de nuestra civilización, asociada con la respectiva productividad de los espacios geohistóricos interdependientes.

La Guerra Fría, absorbió la mayor proporción de la energía productiva tanto de los Estados Unidos de Norteamérica como de la URSS. Obligó así a una redistribución de “roles” en el ámbito neohistórico del capitalismo, cuando cede su función económica, especialmente, a los dos estados vencidos en el último conflicto armado de dimensión mundial, es decir a Alemania (Europa Central) y al Japón (Extremo Oriente).

Los imperios tradicionales con posesiones coloniales de ultramar, con sede en Europa (Inglaterra, Francia, Holanda, Bélgica) experimentan los impactos de los movimientos de liberación nacional, cuya estabilización está aún pendiente. Estos estados imperiales han soportado una doble carga que los ha mermado en su potencialidad. Por una parte sufragar el mantenimiento de ejércitos para sofocar los aludidos movimientos, tanto en Asia como en Africa; y por la otra socorrer, a la mayoría de sus dependencias coloniales, con la asistencia técnico – financiera y cultural, necesitados como están de conservar sus antiguos mercados. Entre los mecanismos de sujeción se cuentan de los más sofisticados; sea por caso el de la moneda regional con peso del doble sobre la metropolitana. Esto sin considerar su respectiva cuota en la OTAN.

Tanto Alemania como Japón quedaron dispensados de tan carga. Desde la primera postguerra fueron despojados los germanos de sus posesiones coloniales; y en la última, por los tratados de paz suscritos están impedidos de organizar y mantener ejércitos. Vale decir, substancial economía de gastos improductivos.

Por lo pronto vamos a contraernos al caso del Japón que enfrenta, con ventajas, no solo a los Estados Unidos sino también a la Comunidad Económica Europea.

Pareciera que una permutación no sospechada entró en juego; la antigua como profunda contradicción de los valores propios de la cultura occidental frente a los de un país oriental. Los japoneses se rigen en el escenario internacional por “las reglas del occidente” pero en lo interno no. Sus empresas compiten ardorosamente “entre sí” pero se cubren las espaldas en “los carteles”. Pleno respeto por una fuerte jerarquía dentro de un igualitarismo extendido. Sus obreros están sometidos a pasadas exigencias y limitaciones pero tratados con sumo respeto y muy raras veces “despedidos”, garantía del mercado interno y bajo índice de “desempleo”. Así nos explicamos que actualmente no sea la URSS el enemigo a temer sino el país de “los samurais”.

martes, 27 de abril de 2010

PROBLEMÁTICA GEOHISTÓRICA. RAMÓN TOVAR

PROBLEMÁTICA GEOHISTÓRICA

Por: Ramón A. Tovar L.

Admitido que el hombre sea el ultimo mamífero superior en hacer su presencia sobre la superficie de la tierra, obliga a reconocer que le antecede un dilatado proceso estimado en más de 2.000 millones, mientras que el “hombre moderno” Apenas si abarca de 200.000 a 150.000 años; un diezmilésimo del total terrestre y tres escasos del conjunto de los seres vivos.

No obstante en tan pequeña etapa, cuantas transformaciones por el mismo producidas!. Lo advirtió ya Sófocles en el siglo V antes de Cristo: son muchas las formas de vida, extrañas y maravillosas, pero ninguna mas extraña y maravillosa que el hombre; es el quien se traslada llevado por el viento a través de las olas que braman en derredor, quien a la tierra incorruptible e incansable, esquilma con el arado; quien a las aves captura con sus redes así como el de dar leyes a la cuidad; a la par que evita las molestias de la lluvia y del invierno.

Ha construido su propio mundo en necesaria contradicción con la naturaleza. Nace así una nueva dinámica en la totalidad planetaria.

Hasta el penúltimo interglacial cuaternario un orden natural, síntesis de lo “inerte” y lo “vivo”, surgido este a expensas del primero, era lo dominante; con el” hombre moderno” arraiga el imperio de una nueva neodinámica; el dominio natural cede ante un nuevo espacio derivado del orden antrópico. Si en el nuevo mundo natural “descubrimos”, en el antropico o cultural inventamos, concebimos, creamos, sin que por ello no procedamos, concebimos, creamos, sin que por ello no procedamos también a descubrir en el mismo. En lo “natural” privan las leyes de un proceso acabado, en oposición al cultural, campo siempre abierto, antológicamente dispuesto al cambio, donde radica su potencia. Frente a ambos introducimos “las formas”, producto de la intelección o diagnosis. Creamos así “nuestro conocimiento” , nuestra principal arma, que alcanzo su más reciente expresión en “en lo científico”. Reproduce la acción de sus gestores e inevitablemente se definen posiciones. Para nosotros no hay solución de continuidad entre la respuesta ingenua que poblara al entorno de dioses y la que se tenga por la mas avanzada de nuestros días; todas se rigen por la misma filosofía del pensamiento. Somos fieles al postulado goetiano “Saber, pensar que se sabe; quien seria capaz de dar el verdadero nombre a las cosa”; acá ha estado y estará el reto. Frente al mismo se elevan las naturales posiciones; la de los que se rinden, se repliegan, y la de los que entendemos al conocimiento científico, muy en especial al social, como avanzada sin receso, estructurada por aproximaciones cada vez más afinadas. Los congéneres del tercer milenio cuentan con el arsenal de una cultura científico-humanística que en su dialogo con la realidad terminará por imponerle lo mejor de sus dictados; en este clima se encamina la concepción geohistórica.

II

La Geohistoria rescata la problemática fundamental de la Geografía que se sintetizara a fines del siglo XIX en Francia; la cual tiene sus raíces en la advertencia griega que arriba señalaremos; la que aspira explicar al espacio concebido, creado por los grupos humanos, garantía de su conservación y reproducción ceñido a determinaciones históricas dadas. Incorpora la concepción que integra las dos disciplinas en fructífera simbiosis: la historia es la Geografía en el tiempo mientras que la Geografía es la Historia en el espacio; y no podría ser de otra manera porque su especificidad emana del Hombre.
¿Cómo es ese Hombre? el que nos descubre la Historia y robustece la Geografía. Su presencia en la totalidad planetaria es de apenas 150.000 años, de éstos, nueve décimos se contraen al dominio de la actividad depredadora: Cazador-Recolector. Sólo productora de alimentos, ha promovido el crecimiento exponencial que conocemos y en las últimas tres centurias ha incubado los cambios que nos han conducido a la situación actual, preñada de apremiantes interrogaciones que solicitarán necesariamente, la asistencia del tratamiento neohistórico.
El espacio histórico es un producto de la energía humana. ¿Dónde, la fuente de tal energía?; “mucho más que Homo Sapiens apunta Henri Beer-el hombre en sus orígenes es Homo Faber, y continúa siendo Homo Faber” .

Asociado con los retos de los primeros homínidos se encuentran “instrumentos artificiales”. Paul Lacombe, en la obra que no pudo finalizar, sustraído por la muerte, asentó en su “Diario” que no dudaba del hecho que “en la historia de la técnica, cadena continua de la historia general, la masa, la plebe, juega un papel capital. (No considera si) la historia de la técnica (sea) la historia universal, pero sí, con toda seguridad (es) la más universal de las historias, puesto que el hombre de todas las edades ha sido preferentemente un obrero”.

Un pensador de principios de este siglo, L. Weber, significaba como “Las diversas herramientas manuales, las primeras máquinas elementales, las industrias de primera necesidad, hilado, tejido, cerámica, metalurgia, el transporte y la navegación, la utilización de los domésticos, las plantas agrícolas, la construcción en piedra, todas estas adquisiciones”. Son el patrimonio de la Prehistoria.

El hombre se ha construido su propia morada; constituida por un “sintético complejo” o integridad que identificamos como el sistema del equilibrio Sociedad-Naturaleza; sistema que ha experimentado no pocas crisis y en la más grave; sus alteraciones se elevan en preocupantes amenazas, la más difundida es el conocido “efecto invernadero”, un aumento progresivo del calendario terrestre, atribuible al crecimiento del anhídrido carbónico atmosférico, generado por la expansión de la gran industria, sus megalópolis y la intervención irracional e irrefrenable de las superficies vegetales. Presencia evidente del factor antrópico y sus efectos no deseados. ¿Podrá la armadura científica, sin el apoyo político, reconducir esta contradicción?.

La anatomía del hombre es la clave explicativa de la anatomía del mono, no lo contrario. El presente geohistórico es una sucesión integrada de presentes. Estamos emplazados a proceder a profundas y detenidas revisiones que nos ayuden a liberar nuestro pensamiento de mitos y ataduras que nos impiden comprender con propiedad la verdadera realidad. El trayecto que los grupos humanos han inscrito con su acción sobre la superficie terrestre, objetiva situaciones aleccionadoras, que podemos calificar de “laboratorio”, propia de la geodinámica que las informa. De conjunto se perfilan dos grandes momentos geohistóricos; uno dónde las determinaciones naturales privan sobre las socio-históricas; y el opuesto, dónde se invierte la educación: las determinaciones antrópicas, histórico-culturales, privan sobre las naturales; ambos momentos expresión de las condiciones históricas dadas”, explicación a su vez de los niveles de civilización.

III

El especio geohistórico, garantía de la permanencia de la especie, sobre la superficie terrestre, ha tenido la misión primordial histórica, de cuidar por la subsistencia de los grupos humanos. En nuestros días, otra contradicción no menos preocupante no asedia. Cuando hemos alcanzado los más altos niveles de productividad del trabajo y en consecuencia económica, asistimos a la más extendida y alta proporción de pobreza. Situación que obliga a la revisión y análisis geohistórico, apoyo del consecuente diagnóstico-pronóstico. Hemos afirmado que esta civilización tomó el camino de su desaparición si no median las intervenciones idóneas que lo eviten, está gravada por una contradicción crucial que solicita el tratamiento geohistórico; la mina su propia tecnología que no genera empleo. De allí que las taras sociales específicas de los países calificados como dependientes, subdesarrollados o atrasados, se han entronizado, con tendencias crecientes, en los grandes centros de poder metropolitano: el desempleo, la pobreza y el hambre que han promovido a su vez, el socorro o asistencia social tanto público como privado.

El 20 por ciento de los países más ricos concentra el 85 por ciento del producto mundial contra el 20 por ciento de los países más pobres que apenas si participan con el 1,40 % por el mismo concepto.

Uno de cada siete habitantes de la Tierra pasa hambre, equivalente a unos 800 millones de seres. En Alemania un alemán de cada 20 ocurre a la ayuda social; en Francia el desempleo no declina; en Inglaterra los desempleados alcanzan el 10 por ciento de la población activa, unos 2. 800.000 efectivos; en Estados Unidos de Norteamérica, la clase media pierde confianza en el sistema, en los aeropuertos, andenes de ferrocarriles y metro, se observan sin dificultad los signos del abandono social; la situación “ghetto” gana terreno; un quinto de los más pobres vio reducido su ingreso en más de un sexto, en cambio el quinto más rico experimentó un aumento del 18 por ciento. El uno por ciento de la familias más ricas de esa nación, en el período de Reagan, acrecentó su ingreso en un 50 por ciento.

IV

A la luz de lo que se vive, hemos entrado en el ámbito de nuevas condiciones históricas. La estructura del espacio geohistórico mundial con la desestructuración del estado soviético, tiende a la regionalización, asume el cariz de bloques continentales donde el factor político ha sido desplazado por el factor económico que nulifica al estado frente a la empresa; “todos los poderes para el mercado”.

Tres bloques se precisan en este nuevo espacio: el asiático, el europeo y el de la gran América. En los mismos cohabitan países ricos y países pobres; éstos facilitan la “deslocalización” y proporcionan tanto mano de obra barata como materias primas.

Un hecho muy significativo es la permutación operada por los Estados Unidos con un repliegue donde se desentienden prácticamente de Europa. Un giro hacia el Oeste a lo largo de un eje Oregón-Mississippi. Visto desde Seatle, Denver o Los Ángeles, Londres vales menos que Tokio, Berlín que México y París que Brasilia.

En Europa sin coincidencia entre lo económico, lo político y lo estratégico, la potencia en expansión es Alemania que retoma su antiguo hintereland ajustado a los territorios del Sacro Imperio Germano-Católico. La dirección hacia Turquía a través de Austria, Hungría y Rumania; campo para la “deslocalización” de las grandes firmas con fábricas ultramodernas que se apoyan en los bajos salarios, equivalentes a un décimo del promedio reinante en la República Federal.

En Asia es China la que se inscribe como gran potencia, incorporada a la economía de mercado. Se la responsabiliza en desencadenar la crisis del Sureste Asiático, al invadirlo con sus productos más baratos; ha puesto a nivel de quiebras un territorio donde el 50 por ciento de las inversiones son japonesas. China es la gran interrogante; si el siglo XIX se apoyo en Europa con núcleo en Inglaterra, el XX en Estados Unidos, en el próximo milenio el centro neurálgico del mundo estará en Asia. Nuevas reorganizaciones nos esperan.

Si la civilización contemporánea está amenazada de “imposibles”, su espacio registra la presencia de “permutaciones”.

La censura del frente político-fronterizo Unión Soviética-Europa Occidental, abrió libre paso al mercado unido a su ideología neoliberal.

Las comunicaciones con el añadido cibernético han minimizado el “efecto tiempo” y facilitado la globalización. Se pretende exagerar la magnitud del camino al descontextualizarlo de la mundialización. Bien sabido que esta última arranca en el siglo XVI con la salida de Europa de sus límites ortodoxos, y se impusiera hasta el presente con la internacionalización de la economía mundo y su histórica colonización, apropiación por la fuerza del territorio de otras colectividades localizadas en el resto de los continentes. En este espacio actual, no son los gobiernos metropolitanos los que dictan la coherencia económica, ese papel corresponde a las empresas transnacionales, extendidas por el planeta, sin otro compromiso que con ellas mismas por la 2deslocalización” asociadas a su correspondiente gemela de las “bolsas financieras”.

El mercado financiero define a la globalización; los expertos lo consideran muy frágil, inestable y proclive a riesgos incontrolables. Los casos ya conocidos evidencian lo afirmado; la más reciente crisis, la asiática, lo confirma. Navegamos en la inseguridad, la incertidumbre. La mundialización globalizada, divorciada del control político, conduce a al anarquía cuyas consecuencias no es difícil predecir; ya lo advirtió en su tiempo el Prof. Alfred Sauvy. El reordenamiento espontáneo por el juego del mercado es una ficción. La inseguridad ha estimulado las funciones de los grandes consorcios; si eran pocos y determinantes por la acentuada división de trabajo, ahora serán mucho menos y por su ideología, reñida con lo social, el mundo en que vivimos marcha a convertirse en un prisionero de despreciables guarismos; el lenguaje es por demás conocido: nada de subvenciones, nada de ayuda social, nada de intervención del Estado, absoluta privatización. dominio indiscriminado de los oligopolios.

Los débiles estamos emplazados a comprendernos e instruir nuestras defensa. Sabemos dónde estamos, debemos reforzar el conocimiento de “quienes somos”. Se reactualiza el mensaje de Píndaro en “Loor a los antepasados”; la respuesta tiene que surgir de nuestro propio ser; la sentencia de Cicerón retoma nuevos bríos: historia, maestra de la vida, mensajera de la antigüedad. Se impone invitar a la misma mesa a nuestros indiscutibles Rodríguez, Rubén Darío, y todos los que por centurias nos han advertido acerca de nuestro ser, nuestra razón de pueblo, nuestra nacionalidad. Mantener siempre viva, como una maldición, el reclamo de Gabriela Mistal: nos hemos conducido como extranjeros en nuestro propio suelo; apropiaros de la enseñanza de Martí: lo que queda de aldea en América ha de desaparecer; nuestra Atenas antes que la otra Atenas; el grito de Darío en la Oda a Teodoro Rosselvelt: un pueblo que ama, habla y reza en español; abrevar sin receso, en Bolívar: el soldado bizoño lo cree todo perdido, cuando es derrotado la primera vez porque la experiencia no le ha probado que la voluntad, la constancia y la paciencia corrigen la mala fortuna, y no olvidar jamás su alerta cuando analizara la causas de la pérdida de la Primera República: los códigos que consultaban nuestros magistrados no eran los que podía enseñarles la ciencia práctica del gobierno, sino los que han formado ciertos buenos visionarios que imaginándose repúblicas áreas han procurado alcanzar la perfección política, presuponiendo la perfectibilidad del linaje humano.

La Geohistoria es una ciencia que diagnostica pero que supone compromisos: ella es fiel a la concepción de pueblo como la solidaridad del grupo humano con su territorio, así como la de nación: una comunidad estable, históricamente formada de lengua, territorio, vida económica y psicología, manifestada en la comunidad de su cultura.
Deberá ser ésta la fuente que nos ilumine y nos libere de préstamos no deseados cuando dictemos nuestras propias “formas”. Hemos entrado en nuevas condiciones históricas que han desactualizado muchos paradigmas. No esperemos consejos de quienes no quieren que seamos librea; ellos podrán ser poderosos pero débiles por ser minoría. Nuestras reservas espirituales son inagotables de primera. Saludemos la maestría en educación, mención enseñanza de la Geohistoria. Defendamos con coraje nuestra Universidad Pedagógica Experimental Libertador, continuidad del Instituto Pedagógico Nacional que revolucionó la educación media en nuestro país.

Rescatemos nuestros valores nacionales y regionales como sus justos paradigmas. No olvidade el alerta de nuestro Libertador: “un pueblo ignorante es un instrumento ciego de su propia destrucción”…”; seamos fieles a nuestro Himno: “Educar, Educar, Educar”,

Maturín, 13 de febrero de 1998.

miércoles, 14 de abril de 2010

POR UNA GEOGRAFÍA NACIONAL.

POR UNA GEOGRAFIA NACIONAL


La geografía como disciplina científica fundamentada en lo social experimenta en los actuales momentos una lucha. Lucha para que se le reconozca su papel en todo programa de desarrollo, y lucha para que se le imparta en el aula o fuera de ella, desde el punto de vista científico.
Son muchos los que dudan del carácter científico de la geografía, catalogándola como simple acumulación de información de otras ciencias, y así la enseñan muchos profesionales.
Aparece ella en el siglo XIX como la ciencia que se aboca al estudio de la relación hombre – medio, y desde ese mismo momento ha estado relegada a un segundo plano, a la defensiva de los ataques que le hacen otras ciencias y científicos. Es una ciencia en discusión; se encuentra en una situación de reto, del cual estamos seguros saldrá triunfante, como lo han hecho la medicina, la química y otras ciencias, porque cuando el saber se apoya en la realidad es difícil que pierda beligerancia.
La tarea de la geografía actualmente no puede estar en aglomerar ideas de las otras ciencias para aplicarlas al saber geográfico, porque ella tiene un objeto de estudio propio que se traduce en ofrecer un diagnóstico de la realidad espacial.
La realidad espacial cambia, evoluciona, porque el medio geográfico cada día recibe, en forma más intensa, la acción de los grupos humanos creando nuevos vínculos entre la sociedad y la naturaleza. Por ello, la ciencia geográfica concebida como proceso está sujeta a esos cambios que se manifiestan en su objeto de estudio. No significa esto que la geografía cambie su objeto de estudio, sino que su metodología, técnica, teoría y estrategia marchan paralelo a la evolución que experimenta su objeto de estudio; el medio geográfico, lo que equivale decir: el proceso de desarrollo expresado en la superficie terrestre.
Para atrapar a esa realidad espacial, concebida como característica histórica y sujeta por tanto a toda una dinámica, es necesario que la geografía sea catalogada como proceso y parta de una perspectiva global.
Hoy día, nuestra ciencia es menospreciada por los organismos de planificación regional o de planificación espacial. Muchos problemas geográficos de la actualidad caen “para su solución” en poder de otras ciencias como por ejemplo, los desequilibrios ecológicos, las regionalizaciones, etc. Y por otro lado, los cargos o posiciones que deberían estar en manos de geógrafos, están siendo ocupados por economistas, ingenieros, urbanistas, etc.
La geografía en gran parte está encasillada, pues es necesario formar los cuadros que le den el impulso que necesita. En nuestra educación, tanto media como superior, sigue pesando una herencia muy sólida representada por el enciclopedismo. Nos llegó con la independencia, en el siglo XIX, invadiendo las escuelas, estableciéndose en ellas en función de una educación informativa (la necesidad de aquel momento histórico) y teniendo en la mecánica verbalismo – memorismo su forma expresiva. Hoy, en el siglo XX, aún domina el caduco enciclopedismo.
El momento histórico que vivimos exige cambios a la geografía; su objeto de estudio ha evolucionado, no podemos seguir con el enciclopedismo y solo informando; se impone una geografía nueva, que forme, una geografía para el país.
La enseñanza de la geografía no puede ser suma de informaciones, de parcelas, como se observa en gran parte de nuestras instituciones de educación media y superior. Muchos cursos de educación superior siguen siendo repetitivos, descriptivos, fragmentados, incapaces de generalizar; dominan en ellos en gran medida los aspectos físicos, la geografía regional no ha salido de su parcelamiento, de su memorismo, de sus esquemas lineales. Se imponen nuevos horizontes para evitar que la geografía se convierta en dogma, antítesis, en antigeografía.
Mientras no tengamos una enseñanza de la geografía actualizada, vigente, no podemos hacerle ver al ciudadano cómo es su mundo y que puede hacer él por su mundo. La geografía al posibilitar el diagnóstico del espacio, no solo dice qué hace falta sino qué se puede hacer o avanzar con o que hay. A ella se le podrá subestimar , es muy difícil que se la margine, pero a mediano o largo plazo tendrá que tomársele en consideración, como ya está sucediendo en varios países.
Las actuales circunstancias nos obligan a la búsqueda de una nueva geografía, y ella ha de fundamentarse en lo nacional, en la realidad espacial venezolana tanto a nivel territorial (la realidad espacial circunscrita a su extensión territorial), como a nivel espacial (la proyección del territorio, del espacio venezolano fuera de sus fronteras), así como también de tener presente que nuestro país está dentro del espacio de un conjunto de países, con el cual mantiene relaciones.
Dentro de lo primero estaría el diagnóstico espacial: campo – ciudad; paisaje – región, con sus respectivas dinámicas: movilidad espacial, industrialización, urbanización, desequilibrios ecológicos, géneros y modos de vida, etc. Dentro de lo segundo estaría no exclusivamente, organizaciones, pactos subregionales a los cuales se adscribe nuestro país; subdesarrollo – desarrollo, dependencia, problemas fronterizos, etc.
Estudiar esta realidad nacional y fijar posición en torno a ella es mucho más productivo para el país que estudiar los fenómenos y problemas geográficos de ciudades ubicadas en otras latitudes, o a estudiar o adquirir conocimientos memorísticamente y aisladamente sobre hidrografía, geología, geomorfología, climatología, edafología, topografía, sociología, demografía, etc.
Se impone un cambio, en buscarlo y contribuir por su realización estará nuestro aporte por el bienestar social que tanto reclama el país.

El espacio geográfico y la enseñanza de la geografía en Venezuela
Cosme Arzolay.