PERMUTACIONES GEOHISTORICAS CONTEMPORANEAS
Ramón Tovar
El espacio geohistórico contemporáneo se desenvuelve en el seno de las contradicciones de una crisis que es reproducción de sus últimas permutaciones.
En términos retrospectivos, desde este fin de siglo a los inicios del XVI, es posible reconstruir, a escala mundial, tres grandes momentos. El que termina con la Primera Gran Guerra, caracterizado por conservar el centro político y cultural de Europa; el intermedio que se cierra con la última guerra (1945), donde el centro político europeo estuvo compartido por América del Norte que entra en competencia con el soviético (Moscú) y el asiático (Tokio); y el vigente o contemporáneo que ofrece una situación nueva; desconocida hasta el presente en la historia de occidente; la separación o divorcio aparente entre los centros políticos y los centros económicos de influjo mundial.
Sin ignorar las interrogantes que se plantean frente a la situación euroasiática, una realidad aparece como incontrovertible; dos centros de poder político (Washington y Moscú) a la par de dos centros de poder económico (la Comunidad Europea y el Japón).
Esta contradicción nos registra la acción de las últimas permutaciones que siguen a la post guerra, donde el acontecimiento político más significativo viene a ser el receso de la Guerra Fría.
Estas permutaciones configuran una nueva división geográfica internacional del trabajo de nuestra civilización, asociada con la respectiva productividad de los espacios geohistóricos interdependientes.
La Guerra Fría, absorbió la mayor proporción de la energía productiva tanto de los Estados Unidos de Norteamérica como de la URSS. Obligó así a una redistribución de “roles” en el ámbito neohistórico del capitalismo, cuando cede su función económica, especialmente, a los dos estados vencidos en el último conflicto armado de dimensión mundial, es decir a Alemania (Europa Central) y al Japón (Extremo Oriente).
Los imperios tradicionales con posesiones coloniales de ultramar, con sede en Europa (Inglaterra, Francia, Holanda, Bélgica) experimentan los impactos de los movimientos de liberación nacional, cuya estabilización está aún pendiente. Estos estados imperiales han soportado una doble carga que los ha mermado en su potencialidad. Por una parte sufragar el mantenimiento de ejércitos para sofocar los aludidos movimientos, tanto en Asia como en Africa; y por la otra socorrer, a la mayoría de sus dependencias coloniales, con la asistencia técnico – financiera y cultural, necesitados como están de conservar sus antiguos mercados. Entre los mecanismos de sujeción se cuentan de los más sofisticados; sea por caso el de la moneda regional con peso del doble sobre la metropolitana. Esto sin considerar su respectiva cuota en la OTAN.
Tanto Alemania como Japón quedaron dispensados de tan carga. Desde la primera postguerra fueron despojados los germanos de sus posesiones coloniales; y en la última, por los tratados de paz suscritos están impedidos de organizar y mantener ejércitos. Vale decir, substancial economía de gastos improductivos.
Por lo pronto vamos a contraernos al caso del Japón que enfrenta, con ventajas, no solo a los Estados Unidos sino también a la Comunidad Económica Europea.
Pareciera que una permutación no sospechada entró en juego; la antigua como profunda contradicción de los valores propios de la cultura occidental frente a los de un país oriental. Los japoneses se rigen en el escenario internacional por “las reglas del occidente” pero en lo interno no. Sus empresas compiten ardorosamente “entre sí” pero se cubren las espaldas en “los carteles”. Pleno respeto por una fuerte jerarquía dentro de un igualitarismo extendido. Sus obreros están sometidos a pasadas exigencias y limitaciones pero tratados con sumo respeto y muy raras veces “despedidos”, garantía del mercado interno y bajo índice de “desempleo”. Así nos explicamos que actualmente no sea la URSS el enemigo a temer sino el país de “los samurais”.
martes, 18 de mayo de 2010
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